Había una vez, en un lejano país, en una lejana ciudad, de
un lejano mundo, un rey y una reina rana, que eran muy felices, pues tenían
todo lo que podían desear: lujosas charcas privadas, banquetes de moscas
inagotables, sus súbditos les adoraban, y tenían lo más valioso de este mundo,
se tenían el uno al otro. Era infinito su amor, pues ya eran algo mayores y
habían tenido muchísimo tiempo para conocerse y disfrutar mucho de su vida en
el nenúfar-palacio. Pero la vida del rey y la reina, estaba un poco incompleta,
necesitaban crear algo con todo ese amor que compartían, por lo que decidieron
tener un hijo o una hija, con quien poder compartir y disfrutar su reino.
Después de tiempo intentándolo, la reina rana se quedó
embarazada y, por fin, puso un pequeño huevo. Éste era enano, pero muy hermoso,
era transparente pero brillante, de él salía unos destellos blancos comparables
a cualquier rayo de sol. Este huevo fue cuidado al máximo detalle, pues era lo
más valioso que podía existir en aquel reino.
Después de un tiempo, sonó la voz de alarma, todo el mundo
comentaba por la calle:
-
¡Ha nacido!, ¡ha nacido!
Así fue, esa mañana había salido de aquel huevo tan hermoso,
un precioso renacuajo, pequeño pero muy bello, en vez de ser de ese color negro
como todos los demás, se trataba de un renacuajo blanco como el marfil,
reluciente e indescriptible. Pero, lamentablemente, no todo eran alegrías, pues
la reina desde la puesta del huevo, estaba muy enferma y para curarla vinieron
desde muy lejos los mejores curanderos sapos que había en el mundo, pero nada
se podía hacer por ella. Después de un mes de todo esto, la reina seguía en el
mismo estado, por lo que, los curanderos sapos, sugirieron al rey que se despidiese
de su esposa, seguramente de esa noche no pasaría.
El rey llegó a la habitación, cabizbajo, debía despedirse
del amor de su vida, pero se serenó y se acercó a la cama y agarró la mano de
la reina rana de la forma más cariñosa posible. Su esposa le miró, y le explicó
que, como le quedaba muy poco tiempo, debía hablar con él para pedirle dos
favores como última voluntad. El primero de ellos, consistía en que hablase con
su hija para explicarle cómo era su madre, quería que la princesa supiese lo máximo
de ella y que la recordase siempre como una madre que la quería muchísimo.
Además de esto, alargó el brazo y le dio al rey una pequeña cajita que, al
abrirla, podías encontrar un trébol de la suerte, un brillante diamante del
color del nenúfar y su anillo de bodas, pues ella ya no iba a llevarlo. Después
de observar detenidamente el contenido, el rey rana levantó la cabeza, miró a
la reina y ella le dijo que debía entregarle esa cajita a su hija cuando
llegase a una edad en la que pudiese llegar a valorar todo aquello, como
símbolo de que una parte de su madre siempre estará con ella.
Por otro lado, la reina rana le pidió al rey que casase a su
hija con un sapo que fuese amable y
bondadoso. Pero la reina, a todo esto le puso una condición, el afortunado sapo
que se casase con su hija, debía tener la piel suave como la seda
característica casi imposible en el mundo de los sapos, ya que, como todos
sabemos, los sapos son ásperos y rugosos. El rey, sin pensárselo, aceptó y
prometió cumplir todo lo hablado y en ese mismo instante la reina dejó de
apretar con fuerza la mano del rey.
Después de aquella noche, aquel feliz reino de la charca
perdió su brillo: la gente ya no salía a la calle, no se oía más que el ulular
de los búhos, fueron tiempos en los que ni el sol asomaba entre las nubes, todo
el mundo estaba muy triste.
Pasaron unos meses y el reino empezó a volver a ser el que
era, poco a poco salía el sol, poco a poco la gente salía a la calle y el
ulular de los búhos se apagó dando paso a las sonoras carcajadas de los
renacuajos nadando por la charca. El rey empezó a salir de su lúgubre
habitación, ya hablaba con los habitantes de la charca e incluso retomó las
fiestas que toda la vida habían estado celebrando.
Los consejeros del reino estaban felices, viendo como el rey
volvía a lucir su sonrisa, pero sabían perfectamente que había asuntos
importantes que tratar, por lo que se reunieron con el monarca. Una vez
reunidos le recordaron al rey que había hecho una promesa a su difunta esposa y
que debía ponerse en marcha con el tema de buscar un marido para su hija, por
lo que el rey, al recordar aquello, accedió. Ahí empezó la búsqueda del futuro
rey, celebrando así una fiesta a la que acudiesen los sapos más amables,
bondadosos y suaves del reino.
Llegó el día y pronto llegaron a la conclusión de que ninguno
de los sapos que acudieron a la fiesta, era el sapo más suave del reino. Al día
siguiente buscaron por las clases medias y bajas pero no encontraron a nadie.
El rey envió a todos los consejeros que tenía, a cada rincón del mundo en busca
de un candidato, pero ningún sapo era lo suficientemente suave.
Una mañana, el rey se encontraba paseando por los jardines
del palacio, pensando en su esposa, no quería asimilar todo aquello, había
prometido algo que no iba a poder cumplir jamás. En ese preciso instante, el
rey apartó la vista del suelo, girándose hacia la derecha, donde encontró a su
hija jugando con un apuesto sapito a las orillas de la charca. Éste era amable,
bondadoso y más suave que la seda, reunía todos los requisitos que había
demandado su difunta esposa, lo que alegró al rey inmensamente.
Durante la hora de la comida, el rey habló con su hija y le
explicó sus planes de futuro. La ranita se quedó estupefacta, no podía entender
cómo su padre quería casarle con ese sapo ya que sí, era suave y sí, era
amable, pero no era bondadoso, era cruel con la gente y muy falso, por lo que
nadie se daba cuenta de aquello excepto ella. Pero era una rana muy buena y le
dijo que necesitaba un día para pensárselo. Después de aquello el rey le
entregó a su hija la cajita con el trébol, el diamante y el anillo de bodas,
explicándole detalladamente cada palabra que su madre le dijo aquel día. La
ranita subió a su habitación dando enormes saltos, cerró la puerta y se tiró en
su cama de suave nenúfar. Todo aquello la atormentaba, estaba asustadísima y no
dejaba de pensarlo.
A la mañana siguiente, fue a hablar con su padre, pensando
en una solución a todo aquel embrollo. Esto no iba a hacer que su padre
cambiase de opinión, ya que se lo había prometido a la reina, en cambio, esta
solución le daría tiempo para seguir pensando en algo. Se acercó a su padre y
le explicó que era una chica joven y que, como cualquier otra, ella necesitaba
regalos de pedida, por lo que le pidió que sus tejedoras reales le
confeccionasen una capa del nenúfar más
brillante que existía, que se encontraba a 400 patas de rana de ahí, una
capa echa con alas de libélula, las más transparentes y finas del mundo y por
último, una capa de un material muy preciado para el mundo de las ranas, las
plumas de águila dorada, sus mayores enemigos. El padre aceptó, ya que quería a
toda costa cumplir la promesa que le hizo a su esposa y fue él personalmente
quien se encargó de organizar todo, pues el sapo era vago y el rey no podía
permitir que todo se echase a perder.
Fueron cuatro duros meses de búsqueda, cuatro largos meses
en los que la princesa se encontraba feliz, pensando que aquellos materiales
nunca llegarían al reino, pero llegaron, y en dos meses más las tres
maravillosas capas estaban listas.
La princesa, aterrorizada, miró aquellas maravillosas capas,
cada cual mejor que la anterior, brillantes, sedosas y únicas. Necesitaba otro
plan, otro plan que atrasase todo aquello, por lo que, amablemente, le pidió un
último favor, necesitaba un regalo de bodas. La princesa explicó al monarca,
que quería un abrigo confeccionado con una hoja de cada tipo que existiesen en
el mundo. Esto espantó al rey, pero necesitaba casar a su hija y como la última
vez, fue él el que organizó toda la búsqueda para conseguir confeccionar aquel
singular abrigo, pues el suave sapo era muy vago y no quería permitirse ningún
problema.
Después de un año y unos meses, el abrigo estaba terminado,
colgado en el armario de la habitación de la princesa. Esta ya no sabía qué
hacer, se le habían agotado las ideas, por lo que esa misma noche se puso el
abrigo de toda clase de hojas, se echó a la espalda una bolsa con los tres
vestidos que le regaló el sapo y con la cajita con los presentes de su difunta
madre, y se adentró en el bosque encantado con el propósito de no volver.
A la mañana siguiente todo el reino fue en busca de la
princesa, ya que se corrió la voz de que la princesa había desaparecido y la
afortunada rana que la encontrase sería obsequiada con un banquete inmenso de
deliciosos mosquitos de la charca.
La princesa escuchaba pasos, oía las trompetas reales, pero
no quería salir de su escondrijo, no quería volver a aquel lugar. Pasó tres
días sola en el bosque, llena de barro y heridas, bajo aquel peculiar abrigo de
toda clase de hojas. La princesa se quedó dormida en el hueco de un árbol, sin
fuerzas, pensando en que tarde o temprano la encontrarían.
Cuando abrió los ojos, se encontró en una cabaña, rodeada de
unas ranas bastante peculiares: eran de color turquesa. Había escuchado
leyendas sobre aquel pequeño pueblo que vivía en aquel bosque, bosque al que no
se le estaba permitido adentrarse por motivos de seguridad. Aquellas ranas se
mostraron muy amables con ella, la lavaron, curaron sus heridas, le dieron de
comer e incluso pudieron conocer su mejor sonrisa contando unos chistes de
sapos.
Pasó el tiempo y la ranita se quedó ahí a vivir, pero no
todo era lujo para ella como antaño, vivía en una pequeña charca y trabajaba de
sirvienta del rey rana turquesa, un joven muy apuesto y con mucho sentido del
humor. Poco a poco la ranita se dio cuenta de que se estaba enamorando de él,
pero aquello era imposible ya que era una vulgar sirvienta.
Durante esa semana, la reina rana turquesa, anunció que se
iban a celebrar tres noches de fiesta con el fin de que el príncipe conociese y
eligiese a su futura esposa. La princesa estaba horrorizada, le gustaba mucho
aquel príncipe y tenía que hacer algo, pero desde que llegó no se había quitado
aquel abrigo de toda clase de hojas, y el príncipe no había conseguido verla
como realmente era. Estuvo aquella noche dando vueltas, pensando en una
solución y al final, decidió acudir a la primera noche de fiesta en palacio.
Para aquella ocasión, se pintó completamente de un turquesa brillante y se puso
uno de los abrigos que le había regalado su padre, el que estaba confeccionado
con alas de libélula. El único problema que se le presentaba, era que después
de la fiesta, la ranita debía llevar a los aposentos del príncipe su tazón de
leche libélula que tanto le gustaba tomar antes de dormir.
Acudió a la fiesta, con su color de piel turquesa y su capa
de alas de libélula, haciendo que toda la fiesta se fijase en su belleza. El
príncipe vio a aquella ranita y pensó estar enamorándose, se dispuso a bailar
con ella pero entre ellos aparecieron montones de ranitas dispuestas a bailar
con el príncipe. Aquella primera noche de fiesta fue un espectáculo ya que
todas las pretendientes querían bailar con el príncipe y no le dejaban ni
respirar. Él estuvo toda la noche observando a nuestra ranita, pero en ningún
momento pudo acercarse y hablar con ella.
Ya se hacía tarde y la fiesta iba a finalizar, por lo que la
ranita salió dando saltos hacia su charca, para quitarse aquel vestido, limpiar
toda aquella pintura turquesa de su piel y ponerse encima su famoso abrigo de
toda clase de hojas, con el que iba a todas partes. Rápidamente preparó el
tazón de leche de libélula calentita para el príncipe y antes de llevárselo a
su habitación, dejó caer en él el diamante del color del nenúfar que le había
dado su padre de su difunta madre. La ranita subió a los aposentos del príncipe
y como cada noche le dejó encima de su mesa el tazón de leche, el príncipe le
dio las gracias y la ranita salió dando saltos bajo su abrigo de toda clase de
hojas.
Al remover la leche del tazón, se dio cuenta que algo
raspaba el fondo de éste, por lo que hizo malabarismos con la cuchara para
sacarlo y saber qué era aquello. De ahí sacó aquel hermoso y brillante diamante
del color del nenúfar y se preguntó de quien podía ser, lo limpió, lo secó y lo
depositó en su cajón de madera de junco.
Al día siguiente después de cenar, la ranita volvió a teñir
su piel de aquel precioso color turquesa y se vistió con la capa del nenúfar
más brillante que podía existir. Volvió a entrar en la fiesta y pudo bailar con
el príncipe, ya que muchas de las anteriores pretendientes habían sido
expulsadas de la fiesta por atosigar al príncipe. Solo pudieron bailar, no se
dirigieron la palabra ya que tanto el uno como el otro contenían la respiración
pensando y sonriendo. Como la noche anterior, un poco antes de que finalizase
la fiesta, la ranita salió dando saltos hacia su casa y repitió la operación
del día anterior, con la única diferencia de que esta vez en el tazón de leche
de libélula añadió una chocolatina de moscas bajo la cual depositó el trébol de
la suerte de su madre. Cuando el príncipe encontró el trébol de la suerte, se
quedó sorprendido, por lo que bajó a las cocinas a preguntar a los sirvientes
quién había sido la rana que había puesto aquellos objetos en su tazón de leche
de libélula, pero nadie sabía nada y la ranita ya estaba en su charca.
La tercera y última noche de fiesta, la ranita vuelve a
teñirse la piel de color turquesa y aparece en la fiesta vestida con la capa de
plumas de águila dorada, llamando la atención como las noches anteriores. Esa
noche estuvo bailando todo el rato con el príncipe ambos sumidos como en un
sueño ideal, sintiéndose las personas más afortunadas del mundo, pero la ranita
sentía mucha vergüenza por aquella situación. Cuando menos se lo esperan, ya
era casi la hora de irse y la ranita salió más rápido que nunca de la fiesta,
pero se le había hecho muy tarde, por lo que se puso el abrigo de toda clase de
hojas encima de la capa de plumas de águila dorada, hizo la leche de libélula
para el príncipe y no tuvo tiempo de quitarse aquel color turquesa que cubría
su piel. Antes de llegar a los aposentos del príncipe, metió el último regalo
de su madre en el tazón de leche, el anillo de bodas. Al llegar a aquella
habitación, como cada noche la ranita llamó a la puerta y le dejó el tazón de
leche al lado de la cama, pero esa noche el príncipe le dijo que se había hecho
tarde y que quería tomarse el tazón de leche rápidamente para que ella se
llevase el tazón vacío a la cocina. Se lo acercó a los labios y se dispuso a
beber, pero la ranita preocupada porque el príncipe no se atragantase con el
anillo dio un salto y le quitó el tazón de leche, cayendo al suelo y
rompiéndose en mil pedazos. Bajo sus pies quedó un charco de leche con miles de
trozos de la taza y en el medio estaba aquel maravilloso anillo de bodas.
La ranita se quedó boquiabierta, viendo aquel anillo en el
suelo y no pudo evitar mirar al príncipe. Éste lucía una amplia sonrisa y de su
boca salió una pregunta:
-
¿Sabes de quién es ese anillo?
La ranita empezó a sudar y el color turquesa empezó a teñir
aquel abrigo de toda clase de hojas. El príncipe la miraba sonriendo, se acercó
a ella y le dijo:
-
Sé perfectamente quien eres, sé perfectamente
que eres aquella preciosa ranita con la que he estado bailando las dos últimas
noches, vi como el tinte turquesa se te quitaba por algunas zonas del brazo,
dejando ver un precioso color verde y sé perfectamente que eres tú la persona
que ha estado metiéndome estos objetos en el tazón de leche. Además me gustaría
que mirases tus manos.
Ella no sabía qué hacer, pero le hizo caso y miró sus manos
y en ellas vio relucir un hermoso anillo, donde brillaba su preciado diamante
del color del nenúfar. Después de esto alzó la cabeza y escuchó:
-
¿Quieres casarte conmigo?
Acto seguido, la ranita aceptó y se fundieron en un mágico
beso y fueron felices para el resto de sus días.
FIN
Esta historia está destinada a niños de una edad de entre 5 a 8 años aproximadamente. He cambiado la condición de los personajes, ya que en la historia de la cual está adaptada eran seres humanos, mientras que mi historia está ambientada en el mundo de las ranas, todos los personajes son ranas o sapos y la comida, las aficiones y el lugar donde se desarrolla la escena tiene todo que ver con el mundo de las ranas (palacio nenúfar, como recompensa un banquete de moscas, la princesa estaba jugando en la charca, los curanderos sapos...).
Por otro lado he tenido que cambiar los regalos que la difunta reina le da a su marido para que su hija lo tuviese al ser mayor de edad, ambientándolo todo en el mundo de las ranas. También he cambiado el motivo por el cual la princesa se escapa de palacio, ya que al ser personajes animales, se da a entender que es para niños y no debe aparecer el incesto en la historia. Por otro lado, también he cambiado los materiales de los cuales debe hacer las capas y el abrigo, adaptándolo al mundo de las ranas. La mayoría del final lo he cambiado, la princesa se duerme en el bosque y despierta en un lugar totalmente desconocido para ella, no se encuentra con nadie en el bosque. Además esta ranita si se deja ver tal y como es con su trabajo en palacio, mientras que todaclasedepieles se deja ver sin la capa exceptuando las fiestas, en las cuales la ranita de mi cuento se tinta la piel para ser una ranita turquesa más. Por último, he acelerado y cambiado un poco la última escena del anillo y la pedida de matrimonio, ya que me gustaba más de este modo.
Ahora está perfecto.
ResponderEliminarMuy muy original!!! me ha encantado que lo cambies y lo hagas de animales! Me parece muy difícil hacerlo de esta manera pero te ha quedado precioso! Enhorabuena! :D
ResponderEliminarQué buena adaptación! Es una historia chulísima, me gusta mucho más que el cuento de toda clase de pieles sobre todo para los niños! El momento de la pedida de matrimonio me ha encantado!
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